Partageons les bonnes idées
Par Constanza Michelson Psicoanalista y escritora
Agradecemos à Constanza Michelson por permitirnos compartir con Uds. estos extractos de la entrevista publicada originalmente en el sitio web de la Revista Ñ.
–Sos particularmente sensible a la idea de fragilidad de las subjetividades…
“La lógica fálica, en política, en la ciencia, en el amor, en la vida toda implica controlar, borrar la fragilidad. No ceder, no morir, no depender en el amor, etcétera. La política basada en la evitación de la vulnerabilidad es paranoica, es lo propio del estado securitario: pone muros.
¿Pero cómo sería una política a partir del reconocimiento de la fragilidad? Quizás al fin entenderíamos que la virtud de necesitarnos es el cuidado mutuo.
Ahora, apropósito del coronavirus, se ha dado un debate interesante a partir de un artículo de Agamben, quien escribió un poco lo que muchos andan advirtiendo: cómo la pandemia puede servir al control y a los estados de excepción.
Sin embargo, otros intelectuales saltaron, porque no toda teoría, por buena que sea, puede obviar la fragilidad. El virus existe, y por supuesto que puede ser usado de manera política, pero negar el hecho político de que también matará a los más frágiles, eso es inmoral negarlo.
Entonces, a veces desde la misma teoría crítica, puede también existir más paranoia al poder que un énfasis en la fragilidad común.
–¿Creés que puede darse una conversación, una agenda, digamos, latinoamericana, sobre estas temáticas?
–Veo a Latinoamérica muy dividida, quizás sea el mal de nuestra historia. Sin embargo, con el feminismo está ocurriendo algo virtuoso. Se está pensando en clave decolonial.
Nuestro feminismo no puede ser el mismo que el de Estados Unidos. Hay una solidaridad muy poderosa en el movimiento. Y ese pensamiento es extrapolable a otros asuntos.
Esperaría que pudiéramos reconocer las resistencias y otras formas de vida, las que se las han arreglado para perpetuarse, y que los estados no reconocen como políticas.
Por ejemplo, una dirigenta de una población muy reprimida acá, me contaba que hace décadas se organizan como recicladores para subsistir, pero cuando aparecieron las “empresas b” –emprendimientos innovadores, que todos aplauden–, se hizo un decreto que les impidió continuar con su trabajo. Las autoridades les dieron dos alternativas: convertirse en mano de obra barata para esas empresas, o convertirse ellos mismos en empresarios. ¡Pero si nos somos empresarios!, respondió ella. Ahí había organización popular, otra lógica comunitaria. Ejemplos de ese tipo hay muchos.
–¿Por qué decís, o creés, que “el error nos salvará”?
–Pensemos el transhumanismo y su lógica del no-límite, que es también la lógica de la guerra. El siglo XX es la muestra de todo lo que pueden generar las ingenierías humanas, a propósito del “gran proyecto”, y al final, resultar un matadero. En ese sentido, ¿cuál podría ser la potencia política del “error nos salvará”?
Esta idea freudiana de que el yo no es amo en su propia casa. Por lo tanto, toda idea, todo poder, tiene su propia excrecencia, su propio antagonista. Reconocer esto nos obligaría a dejar el pensamiento binario y maniqueo, siempre cruel porque deshumaniza al enemigo. El error tiene que ver con la política del síntoma, aceptar que no todo es controlable. Lo que hoy parece clave, cuando se nos está diciendo que el algoritmo sabrá todo sobre nosotros: por suerte somos otra cosa que una recolección de datos que pudiera volverse transparente. Somos algo siempre en (de)construcción.
–Hacia el final del libro, retomás una metáfora de Pasolini, leyendo el Infierno de Dante, para pensar lo que viene. ¿Ves una dimensión poética en el estallido?
–Mencioné que en las últimas décadas en Chile se ha instalado el discurso del Management y su idea de progreso, si algo nos ha faltado es política y poética, que a mí me parecen van de la mano.
Y sí, este estallido tiene poética. De ahí que ha parecido la pregunta por el sentido y el deseo de vivir. La vida sólo se soporta con una poética de la existencia.
En ese sentido, la metáfora de las luciérnagas de Pasolini: en plena oscuridad, en el infierno mismo, hay unas pequeñas luces que persisten a pesar de todo. ¿Cuál es la luz que ha dominado estos treinta años en Chile?
La luz blanca, la luz del mall, una luz que no tiene sombra, que entonces no da lugar a una experiencia singular, sino que habla en la lengua de la eficiencia: consumidor, fracasado, delincuente, enfermo o exitoso.
Las luciérnagas necesitan sombra para existir. Algo de todo esto apareció en octubre; en qué se va a transformar, no lo sé.
Reconozco que hay días en que no estoy optimista, pero me digo que hay que conducir a que esto lleve a constituir algo. No son tiempos fáciles los que nos tocan, en el mundo entero.
Pero pensar es siempre hacerlo contra la época, no se piensa para recibir aplausos ni likes.
Pienso para empujar a un futuro posible, uno que implique un nuevo pactoentre los sexos, una ética laica, por el cuidado, principalmente que reconozca la fragilidad, que logre leer el síntoma y en que tengamos la humildad necesaria para no destruir el planeta y a nosotros mismos.
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